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domingo, 11 de mayo de 2014

¿Por qué la intelectualidad progresista ama a los inmigrantes? ¿Por qué la intelectualidad progresista desprecia a la clase trabajadora (nativa)?

Principalmente por dos motivos: por un interés de casta, en primer lugar, y como consecuencia de los postulados de su propio esquema ideológico, en segundo. Para que el primer motivo se traduzca en arrebatado amor por los inmigrantes, resulta imprescindible una condición: la completa ignorancia, por parte de los intelectuales progresistas, de la naturaleza del nuevo sujeto histórico por ellos formulado, las masas inmigrantes. Para que lo haga el segundo es ineludible otra: la ignorancia de la historia por esta intelectualidad.
La intelectualidad progresista pretende que una abigarrada masa inmigrante haga para ellos lo que no ha querido hacer la clase trabajadora (nativa). La intelectualidad progresista ama a los inmigrantes porque cree que esa masa heterogénea es capaz de hacer la revolución necesaria para que ellos alcancen el poder en los distintos estados de Europa. Para ello es imprescindible un desconocimiento a conciencia (un autoengaño) de la realidad de las masas inmigrantes. Estas masas tienden, tal y como nos enseña Mahieu en Fundamentos de biopolítica bien a la asimilación y al mestizaje, bien a la rebelión, formando, como es muy lógico, sus propias agrupaciones etno-políticas, en las que el papel de la intelligentsia progresista europea deviene residual (caso de las agrupaciones etno-políticas amerindias, mestizoamericanas y negras) o nulo (caso de las agrupaciones etno-políticas musulmanas y chinas).
Pero la intelectualidad progresista también ama a los inmigrantes porque quiere hacerse perdonar, o mejor, pretende que la sociedad de cada estado europeo se haga perdonar por estos inmigrantes. Un estudio sesgado de la historia mundial hace que los fenómenos coloniales europeos a partir de la Edad Moderna cobren exclusividad en lo que hace al fenómeno colonial y al sojuzgamiento de unos pueblos por otros, para la intelectualidad progresista. Ellos creen que estas sociedades tienen contraída una grave deuda con el resto del mundo y que son culpables. Intenta por todos los medios, absurdamente autoerigida en conciencia crítica de ellas, extender la culpa y hacerles pagar por lo que, según dicen, hicieron. Ignora necesariamente para ello, porque si no el esquema se caería en un momento, el resto de la historia mundial y las distintas imposiciones coloniales y conquistas territoriales que unos y otros pueblos, europeos o no europeos, han protagonizado. En este contexto se explica la ignorancia progresista de la extensión y del significado histórico del fenómeno de la esclavitud.
Estos dos supuestas misiones históricas a cumplir por la masa inmigrante (hacer la revolución de la intelectualidad progresista y cobrarse la supuesta deuda contraída por el fenómeno colonial europeo desde la Modernidad, proceso que mediante teorías parciales también de indudable raigambre marxista extienden hasta el momento presente, como si la burguesía nacional representase hoy algún papel digno de importancia en relación a la superburguesía o hiperclase mundialista) explican el amor interesado de la intelectualidad progresista por las masas inmigrantes. Esto explica, asimismo, que semejante amor progresista por la inmigración nunca se haya traducido en la reivindicación, por parte de estos intelectuales, del derecho de las personas inmigrantes a vivir en sus respectivos países con dignidad.
El desprecio y el abandono en el que la intelligentsia progresista ha dejado a la clase trabajadora nativa de los distintos estados de Europa, tras varios decenios en los que se hizo pasar como su legítimo representante ideológico, trivializando o calificando de farsa todo intento de los trabajadores de disponer de sus propios representantes ideológicos y culturales, surge exactamente del mismo proceso que explica el reciente amor por la masa inmigrante. Una clase trabajadora nativa que se niega a dar el poder a la conspicua casta intelectual progresista, ya no le resulta de utilidad a esta última. Los intelectuales progresistas desprecian a la clase trabajadora, por no haberles alzado al poder, mediante revolución o de cualquier otra forma. Por otro lado, si complejos procesos psicológicos, en los que no están ausentes sentimientos ciertos de inferioridad personal del propio intelectual progresista (problema personalísimo al que pretende dar solución social), hacen aparecer y situar en el primero plano incomprensibles preocupaciones de reparación histórica, que además de unilaterales y arbitrarias son imposibles, porque la historia ni retrocede ni se detiene, la clase trabajadora nativa deja de verse como acreedora y pasa a representar el papel de deudora. Y por lo ocurrido, deudora nata, pues es esta clase la que ha pagado y sigue pagando los platos rotos de la inmigración masiva ante el silencio cómplice, o en muchos casos la celebración entusiástica, de los intelectuales progresistas.
La intelectualidad progresista como tonto útil del capitalismo. Es el papel necesario que asume la intelectualidad progresista en todo este proceso. La inmigración masiva, contraparte demográfica de otras mundializaciones (económica, social, política, cultural, etc.) impuestas por el desarrollo del capitalismo (mundialización o globalización como fase ulterior del capitalismo), es decir, la inmigración masiva como elemento consustancial a esta fase del capitalismo en que nos encontramos, antes que discutida es justificada por la intelectualidad progresista frente a los temores y rechazos del pueblo, rindiendo así estos progresistas un servicio impagable a la superburguesía y cumpliendo así esta intelectualidad un papel imposible de desarrollar por parte de la intelectualidad propia y nominalmente burguesa, dado el reducido favor popular de esta última.
Nos encontramos así a la intelectualidad progresista no sólo manifestando una pose burguesa fruto del abrazo del democratismo y de la ideología de los derechos humanos (amalgama de marxismo y liberalismo), así como del origen de clase netamente burgués de la mayoría de intelectuales progresistas; también cumpliendo una actuación esencial para los objetivos de dominio a medio y largo plazo de la superburguesía hoy dominante en los distintos estados europeos y en otros muchos no europeos.
Por la propia utilidad, para el capitalismo, y para sus clases rectores, del marxismo (cultural) y de la intelectualidad progresista como casta que desarrolla esta ideología, a esta casta intelectual le va tan bien en los aparatos ideológicos de los distintos estados donde medra. Aún así, hay que reconocerle a la casta intelectual progresista una capacidad de infiltración notable en las instancias productores de ideología (como los organismos educativos o los medios de comunicación de masas).

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