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jueves, 19 de septiembre de 2013

Una declaración islámica de guerra contra la Cristiandad


Raymond Ibrahim.- Es fácil ver el reciente ataque yihadista a la catedral de San Marcos de El Cairo simplemente como más de lo mismo, pero resulta que posee una gran importancia simbólica, y en muchos aspectos presagia males formidables para los millones de cristianos de Egipto.
Considérense varios hechos: la catedral de San Marcos, dedicada al autor del segundo evangelio, quien llevara el cristianismo a Egipto unos 600 años antes de que Amir ben al As llevara allí el islam por la fuerza de la espada, no es simplemente otra iglesia copta que es atacada o incendiada por una turba musulmana (véase mi próximo libro, Crucified again: exposing Islam new war on Christians [Crucificados otra vez: la nueva guerra del islam contra los cristianos, al descubierto], para una idea global de los ataques pasados y presentes de los musulmanes a las iglesias coptas), sino que es considerada el lugar más sagrado por millones de cristianos de todo el orbe, especialmente por los coptos, tanto de Egipto como del resto del mundo. Dado que se trata de la única sede apostólica en toda África, su relevancia y misión evangelizadora abarca al continente entero, es decir, países como Sudán, Etiopía, Libia, Túnez, Marruecos y Argelia, por nombrar sólo unos pocos. Como sede apostólica –la auténtica cátedra de un apóstol de Cristo–, posee además significado histórico para la Cristiandad entera.
En resumen, las turbas musulmanas –ayudadas y amparadas por el Estado egipcio, tutelado por los Hermanos Musulmanes– no sólo atacaron una iglesia copta, sino que cometieron un acto de guerra contra toda la Cristiandad. Atacaron un recinto de gran importancia simbólica e histórica para todos los cristianos, pues San Marcos, cuyas reliquias se hallan en la catedral, es patrimonio de todos los cristianos, no sólo de los coptos. Precisamente esta clase de ataques contra iglesias orientales y ortodoxas –incluido el que supuso la destrucción de la iglesia de la Resurrección en 1009– fue lo que abrió el camino para las Cruzadas, en una época en la que la Cristiandad no estaba totalmente fragmentada y desunida, como sí lo está en la actualidad.
Este ataque yihadista contra la catedral de San Marcos no supone para los coptos algo diferente de lo que significaría para los católicos un ataque yihadista contra el Vaticano, o, para mantener la analogía, pero vista desde el lado contrario, no sería distinto de un ataque cruzado a la Gran Mezquita de La Meca.
Mientras que uno sólo puede imaginar cómo reaccionarían los musulmanes del mundo entero a un ataque cristiano-occidental contra el más sagrado de sus santuarios, los líderes postcristianos de Occidente, como de costumbre, se muestran impertérritos; al igual que las fuerzas de seguridad egipcias, que permanecieron impasibles mientras una chusma musulmana abría fuego contra la catedral.
En cuanto a los coptos egipcios, ciertamente acudieron en defensa de la catedral más importante de su país, incluso de toda África, de ahí la drástica respuesta del ministro del Interior: según un testigo presencial, las fuerzas de seguridad lanzaron al recinto entre 40 y 50 bombas de gas, que dejaron sin sentido a muchos cristianos, mujeres y niños incluidos. Al igual que ocurrió en Maspero en 2011, cuando las fuerzas de seguridad atacaron brutalmente a los coptos que se manifestaban en contra de los ataques que estaban sufriendo sus iglesias –veinte cristianos fueron asesinados entonces–, parece que las autoridades se irritaron con los dhimmíes que defendieron valerosamente su lugar más sagrado.
Por otra parte, el que los coptos acudieran en defensa de su catedral –Reuters dijo que eran “unos cuantos jóvenes marginales agresivos (…) cristianos”, “que podrían estar cayendo también en la violencia”– ha confirmado el punto de vista de los medios de comunicación occidentales, según el cual la minoría cristiana es, en cierto modo, igual de violenta y responsable de la llamada “lucha sectaria”, un eufemismo para la persecución que se cierne sobre los cristianos egipcios.
El significado simbólico de este último ataque islámico a la Cristiandad fue confirmado por varios activistas. Así, Adel Guindy, presidente de Solidaridad Copta, declaró:
“Atacar la sede del papa copto carece de precedentes en los últimos dos siglos. Fue un acto humillante y deliberado, que muestra la creciente cultura del odio, vinculada al salafismo, y el comportamiento agresivo contra todos los no musulmanes. Equivale a un crimen de Estado”.
Ni siquiera el papa copto, que ha de ser siempre diplomático para evitar que sus comentarios compliquen más las cosas a su rebaño, rebajó la gravedad de este asalto al lugar más sagrado de la Cristiandad copta (que además es su residencia principal). Entre otras cosas, el papa Teodoro (Tawadros II) afirmó que el presidente Mohamed Morsi había prometido hacer todo lo posible para proteger la catedral; “pero, en realidad, no vemos que así sea (…) Necesitamos acción, no sólo palabras… No hay acción sobre el terreno”. Asimismo, también incidió en que “este flagrante asalto a un símbolo nacional, a la Iglesia egipcia”, no tenía precedentes en doscientos años.
El “Necesitamos acción, no sólo palabras” del Papa fue una respuesta a esta declaración del presidente Morsi : “Considero cualquier ataque a la catedral como un ataque contra mí mismo”; declaración que hizo mientras las fuerzas de seguridad lanzaban gases lacrimógenos al recinto y contemplaban cómo los musulmanes abrían fuego, lanzaban piedras y cócteles molotov contra el mismo, todo lo cual fue fotografiado. Como de costumbre, los únicos arrestados por este ataque contra la más importante catedral copta fueron… coptos.
En vez de palabras –que, viniendo de los islamistas, carecen por completo de valor–, lo que Morsi necesita afrontar es el hecho de que este ataque sin precedentes y simbólicamente letal contra un lugar de culto cristiano ha tenido lugar bajo su autoridad y la de los Hermanos Musulmanes. En tiempos de Hosni Mubarak no se le tiró “ni siquiera un guijarro” a este monumento nacional, como dijo un activista.
Por supuesto, esto va en consonancia con el hecho de que, a diferencia de todos los anteriores presidentes egipcios, todos ellos musulmanes, el islamista Morsi se niega a pisar una iglesia, bien para asistir a la solemne inauguración del pontificado del nuevo Papa o en las Navidades coptas. ¿Podría esto deberse a que el pío Morsi considera que una iglesia copta es como ”un club nocturno, [o] un casino”, según declaró un destacado consejo de la fetua egipcio? ¿Podría ser que él, como otros populares líderes musulmanes, simplemente sienta odio y repulsión por los cristianos?
En cualquier caso, aquí tenemos el último y más flagrante ataque del mundo musulmán a la Cristiandad, mientras los líderes occidentales bostezan, cuando no favorecen activamente semejante odio anticristiano con su total apoyo a la primavera árabe.

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