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jueves, 13 de diciembre de 2012

Una testigo protegida, clave en el macrojuicio de una red de trata de nigerianas sometidas a través del vudú


Le cortó pelo de la cabeza, también vello púbico y le extrajo sangre. Lo mezcló todo en un cuenco y la obligó a tomar una sustancia estupefaciente. “Me amenazó con que mataría a mi familia o que tendría una enfermedad” si no hacía frente a la deuda que acababa de contraer. Comienza así el desgarrador testimonio de una joven nigeriana que hizo posible desmantelar en 2009 una organización criminal de tráfico de mujeres de origen africano, en el trascurso de una macro operación desarrollada por la Policía Nacional en seis provincias españolas de forma simultánea y que tenía en Huelva su centro de operaciones.
Cinco años después de que la chica entrara en contacto por primera vez con su captador (primer eslabón de la cadena de la red criminal) en su país de origen, a la vuelta de tres semanas tendrá que enfrentarse con los miembros de la organización que la doblegaron en cuerpo y alma a golpe de rituales de vudú y de terror. Cinco años después es una testigo protegida. La Sección Tercera de la Audiencia enjuiciará el próximo diciembre (las sesiones están fijadas para las jornadas del 17 y 18) a trece personas de esta red por inducción a la prostitución y a dos de ellos también por un segundo delito de falsedad documental.
Tras año y medio de sometimiento y obligada bajo amenazas a ejercer la prostitución, logró escapar. El relato que hizo a la Policía Nacional en febrero de 2009 en Badajoz, el que ahora tendrá que mantener ante el tribunal, desbarató y descabezó la organización.
El calvario comenzó como en tantos otros casos de tráfico de mujeres y de explotación sexual: promesas de buen trabajo y buen sueldo. Se lo hizo un conocido de su familia en su propio pueblo, A.O. A cambio, tendría que pagar 50.000 euros a lo largo de tres años.
El captador fue insistente y la chica apostó por comenzar una nueva vida en España. Antes incluso de iniciar el viaje comenzaron los hechizos y la amenazas de muerte. Durante tres semanas consecutivas, según la declaración que hizo a la Policía, fue sometida a sesiones de vudú, incluidas matanzas de animales (detallas las de un perro y una gallina).
Después comenzaría una durísima ruta hacia la esclavitud de más de 3.000 kilómetros, desde Benin hasta Libia. El pasador es el siguiente eslabón en la cadena de la organización, que la acompañaría todo el trayecto. Comenzaron el viaje en Cothonu en coche, atravesaron Niger en autobús y tomaron rumbo a Libia, atravesando el desierto, en un camión en el que viajaban unas 50 personas. Hubo varios muertos en un accidente en el desierto.
Desde la costa de Libia viajaron en cayuco a Italia. Después de pasar varios días en un centro de inmigrantes, salieron para ir a parar a la casa de un compatriota. La llegada a Italia suponía un nuevo eslabón. Los miembros de la banda ocultaban en pisos a las mujeres hasta que viajaban a España provistas de documentación falsa, acompañadas por otro miembro de la red. Así llegó la chica hasta el aeropuerto de Sevilla, desde donde la llevaron a la estación de autobuses hasta que llegó a Huelva, donde se vio de cara con la realidad que le esperaba en España.
La realidad tenía rostro y nombre de mujer, apodada Mamy Destiny, la que la obligaría a prostituirse y ejercería un absoluto control sobre la víctima, junto al segundo cabecilla de la organización, su marido. No hubo explicaciones sobre su situación y de nuevo se sucedieron las sesiones de vudú durante varias semanas consecutivas, con los mismos rituales y amenazas.
Mamy Destiny la enseñó a manejarse en español, con frases como ‘cobro por horas’ , algunos saludos, ‘subimos a la habitación’ o ‘quieres que te la chupe’. AsÍ lo relató a la Policía. Le dijo que no tendría que besar, que tenía que usar preservativos, también para practicar sexo oral. “Me dio instrucciones de cómo tenía que vestir, me compró ropa sugerente y me mandó a un club de alterne de Badajoz”, donde estuvo bajo el control de la mano derecha de la Mamy, que le enseñó el trabajo y los bancos en los que tenía que ingresar el dinero.
Hasta que logró llegar a la Policía pagó a la red más de 14.000 euros, a través de ingresos que realizaba todos los lunes en una cuenta a nombre de H.P. Después de denunciar recibió amenazas desde Italia y también del captador desde su localidad de origen, donde compatriotas no identificados llegaron a ir a casa de su padre. Cinco años después tendrá que enfrentarse a la red.

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